sábado, 30 de diciembre de 2023

¡Hale hop!

En casa fue todo un acontecimiento cuando dije que había encontrado la famosa aguja. Unos me creyeron, otros no como la abuela pero cuando Pascualita, a su pregunta, movió la cabeza afirmativamente, lo creyó a pies juntillas.

Mi primer abuelito no cabía en si de gozo: - ¡Sabía que, algún día, harías algo grandioso, nena! - La Cotilla dijo que no había para tanto: - Ya ves tú, una aguja de coser pelada y mondada... - Los comensales de la Santa Cena estaban divididos. El de las treinta monedas me la quiso comprar - Siempre va bien tener una a mano por si hay que coser algo. - Otros opinaban que las herramientas cuanto más lejos, mejor. Y otros, que las armas las carga el diablo.

Pepe el jibarizado se enteró que la aguja también servía para sacar a los caracoles de sus conchas y estaba encantado. Y digo yo, si solo es una cabeza hueca y con la boca cosida, a qué viene tanta alegría.

El vozarrón del árbol de la calle apareció en el centro de la reunión de dimes y diretes para decir: - Lo importante del asunto no es haberla encontrado sino, pasar por el ojo de la aguja. - ¡Maldito árbol! Nos chafó la tertulia.

Después de unas cuantas copas de chinchón, para entonarnos el cuerpo y enturbiar la mente a medias con Pascualita, decidimos intentarlo.

Dejé la aguja en el suelo, me colgué del cuello el termo de los chinos con la sìrena dentro  y entre vítores y aplausos, di un paso hacia el ojo de la aguja ¡y entramos en la Decimoquinta Dimensión! ¡¡¡TAAAAACHAAAAAN!!!

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