miércoles, 6 de diciembre de 2023

Menudo día.

La Cristalera tiene calor y está abierta de par en par. Ya le puedo decir misa que la tia no da su brazo a torcer. - ¡Ciérrate ya, coooñe, que me estoy quedando pajarito! (le grité pero ni se inmutó) 

Su hermana, la parte exterior, me ha susurrado que está loquita perdía por un cristal cachas que han colocado en el piso de al lado. - ¿Ah, sí...? A ver... Bueno, no le veo nada extraordinario... - Así va tu vida amorosa, nena. ¿No ves que está de toma pan y moja? - ¡Solo es un cristal! - No señora. Es ¡EL CRISTAL! y ojito con lo que dices que también bebo los vientos por él.

No me ha quedado más remedio que morderme la lengua para no enfadar a ambas hermanas, no sea cosa que se pasen el invierno abiertas y yo no gane para klinex. 

Cuando creía que iba a tener el resto del día en paz, en el alcorque del árbol de la calle se montó una revolución. De la tierra botaron pancartas, pitos, el Bella Chao, la Internacional y hasta Paquito el chocolatero 

- ¿Qué pasa? (pregunté a gritos) - ¡Se me han revolucionado las raíces! Están hartas de vivir en la oscuridad ¡Quiéren ver el sol! ¿Para qué lo querrán, digo yo? Que se quejen cuando hay sequía me parece hasta razonable pero desear el sol sabiendo que puede dejarlas sin una gota de agua... ¡Son unas masoquistas! 

Acabe encerrándome en la salita con Pascualita y mi primer abuelito que, por cierto, llevaba un sudario lleno de renos que corrían arriba y abajo buscando a Papa Noel, según dijeron. Pascualita señaló el mueble-bar estirando uno de sus bracitos. Fijándome bien descubrí al viejecito del traje rojo bebiéndose a morro la última botella de chinchón que me quedaba.

Le tiré a Pascualita y fue efectivo. Este año irá sin barba...


 

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