jueves, 28 de diciembre de 2023

Pudo haber sido una inocentada pero fue real como la vida misma.

No cabemos en casa. Las enormes bolas de polvo junto son sus correspondientes ácaros gigantescos, lo ocupan todo. Algunas se instalaron en la pila de lavar del comedor y Pascualita se lanzó a por la primera que se le puso a tiro pero, no es lo mismo comer cositas pequeñas que un cuerpo cien veces más grande que el tuyo. Te empachas solo con pensarlo.

Los comensales de la Santa Cena apoyaron la mesa contra el cristal del cuadro para que no se les colara una bola pero eran tan grandes que era imposible que entrara alguna. Ellos también pensaron aprovechar la cercanía para hincarles el diente pero, de nuevo, los ácaros los echaron para atrás. 

Le metí tal bronca a la sirena que se puso firmes, cosa que me extrañó sabiendo el genio que se gasta. Supongo que el saber que podía ser ella la comida de aquellas bestias la amilanó. Y yo me crecí: - ¡¿Has visto el peligro en que estamos por tu mala costumbre de escupir?! ¡¿Cómo quieres encontrar sirenos así?! ¡Arrabalera! ¡Si nos comen espero que empiecen por ti, media sardina!

Tres días después las bolas habían menguado bastante y los ácaros, más ágiles, saltaban por encima de los muebles. Algunos, incluso, salieron al balcón y se lanzaban a las ramas del árbol de la calle que, asustado, no se le ocurrió decir otra cosa que gritar con acento de gañán: - ¡Anda p'alanteeeee, gorrinoooooo! ¡Vamonoooosyaaaaojiplááááááático! - Igual que haría un pastor conduciendo un rebaño de cabras.

Y contra todo pronóstico, le hicieron caso, poniéndose todos en fila india para bajar por el tronco, llegar al alcorque, encaminándose luego a la alcantarilla más próxima y desaparecer por ella.

Lo que no se le ocurra a éste árbol no se le ocurre a nadie.

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