martes, 12 de diciembre de 2023

Pascualita está más despistada que un pulpo en un solar.

 La sombra de un enorme Dragón chino camina junto a la Cotilla donde quiera que vaya. Y ella tan contenta. - Esto querrá decir algo ¿no cree? - Es posible pero como no entiendo su lengua... - ¿Y si fuera una amenaza? - No. Aunque bien pudiera ser causado por un ataque de celos del señor Li por vender más yo, en mis trapicheos, que él en su tienda.

Cuando la Cotilla estaba en casa la sombra del Dragón aparecía en el árbol de la calle. - ¡Quita, quita!  (gritaba éste) pero la "amenaza" no se inmutaba. 

Una mañana me despertó un ulular de sirenas bajo el balcón. Cuando Pascualita me vio aparecer en el comedor, me echó sus enclenques bracitos al cuello. Pensé que no quería perderse nada de lo que ocurría en la calle pero, lo que ella quería era ver a las "sirenas"

.No se acostumbraba al aspecto de ellas. Ni tenían una hermosa cola de sardina, ni vivían en el mar pero, reconocía que su presencia era espectacular tanto por los destellos de luz como por el sonido que lanzaban. 

Lo que la tenía más perpleja es que, de su interior, salían y entraban personas. Definitivamente, eran sirenas tan avanzadas evolutivamente que le era imposible reconocer a los machos de las hembras. Y eso, después de miles de milenios desde su nacimiento, empezaba a preocuparla porque le había llegado el momento de la procreación y no tenía ni idea del "procedimiento" a seguir.

Bedulio el Municipal, libreta de multas en mano, empapeló al pintamonas que, creyéndose Velázquez, había pintarrajeado la fachada de la finca y el tronco del árbol de la calle. ¡La de sapos y culebras que éste soltó por su enorme boca de madera!

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